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Liberaron a Pablo y al fotógrafo Roque de La Garganta Poderosa, Villa 21: “NOS TORTURARON, OTRA VEZ”

28.5.2018

Alrededor de las 15 horas del lunes 28 de mayo fueron liberado a Pablo y Roque los dos militantes de La Garganta Poderosa, que habían sido detenidos y torturados junto a vecinos y vecinas de la Villa 21 por Prefectura, por el hecho de haber denunciado  previamente a esta fuerza por disparar y torturar a vecinos y vecinas, juicio que se llevará a cabo este viernes 1 de junio.

Debido a que la Prefectura no tuvo forma de explicar este nuevo acto totalmente ilegal que cometió, tuvieron que inventar una caratula para imputar de manera totalmente insólita a estos dos militantes, que fue la de robo en banda y en poblado, “caracterizando a toda la villa 21 como una gran banda delictiva” según explicaron desde La Garganta Poderosa.

 

 “NOS TORTURARON, OTRA VEZ”

 Por **Roque Azcurraire

 

Hace dos noches que vengo atrapado en la misma pesadilla: una secuencia espeluznante que decidieron grabar en mi propia casa, volviéndome protagonista del miedo que comenzó cuando uno de mis sobrinos apareció corriendo desesperado, porque la Prefectura había golpeado a su hermano arriba del colectivo. Alertados por su agitación, varios vecinos salieron hasta la avenida Iriarte para exigir explicaciones ante un ejército de fantasmas armados, sin identificación. Nada nuevo. Nada raro. Nada casual.

Mi casa está ubicada en un pasillo de la Villa 21. Y ese pasillo nace justo en la casa de Iván Navarro, nuestro compañero torturado hace dos años por esta misma Fuerza, que hace una semana tiene a 6 prefectos en el banquillo de los acusados por esa causa. O sea, lo torturó la Prefectura y hoy lo cuida la Prefectura, ¿entienden? Pues justo ahí, se les dio por empezar a reprimir el tumulto de personas que habían agitado ellos mismos, con sus maltratos a los chicos. Al principio, traté de apaciguar los ánimos mediante el diálogo, pero poco a poco iban cayendo más y más uniformados, con escudos antidisturbios. No había delito, ni conflicto, ni nadie para perseguir: había un plan premeditado, para venir a reprimir. Así, de una, comenzaron a repartir palazos a mansalva y balazos de goma contra la casa de Iván, donde además vive su papá, que debe declarar el próximo viernes.

Lejos de cualquier heroísmo, decidí resguardarme junto a los míos en mi domicilio porque lógicamente me asusté, pero nunca imaginé que también ellos irrumpirían en el pasillo, apaleando mujeres y niños, hasta llegar a mi puerta. Sin orden judicial, ¡la rompieron a patadas! Y trataron de señalar que utilizábamos un palo para defendernos, cuando el único palo que había era la “llave” que cierra desde adentro nuestra casa, donde vivimos tres familias juntas, sin cerradura.

Ante los ojos brillosos de mi sobrinito, embistieron contra todos nosotros, pegándole a mi cuñado, manoseando a mi hermana, arrastrándome por el piso, lastimándonos a todos. Invadidos, literalmente, por quienes vienen a “cuidarnos”, terminamos nadie sabe cómo detenidos por vaya a saber uno qué delito y fuimos trasladados hasta la garita en Luna y Luján, padeciendo la misma práctica que aplicaron en los 6 casos de tortura que La Garganta denunció en mi barrio, sólo entre abril y mayo: el “levantamuertos”. Gas pimienta en los ojos y esposas en las manos, para vernos retorcidos en el piso. Yo les rogaba que me quitaran las esposas para poder respirar, porque necesitaba frotarme la cara, que se me quemaba en un ardor insoportable. Pero se mataban de risa: “Callate, negro de mierda, que no pasa nada, es todo psicológico”, me decían, entre patadas y trompadas.

Al llegar a la garita, nos tiraron en el piso y hacían fila para golpearnos. Nos obligaban a repetir nuestros nombres, entre rodillazos a las costillas. Y después otra vez, entre pisotones en los pies. Y después otra vez, entre patadas a los tobillos. Y después otra vez, entre piñas a la cabeza. Gritando, como pude, intenté decirles que tengo una hendidura en el cráneo y podían matarme si seguían haciendo eso. Pero la respuesta fue más clara todavía: “Por eso lo hacemos, porque a ustedes hay que matarlos”.

Después de tres horas, mientras un patrullero paseaba a mi hermana por toda la villa, sin avisarle a mis compañeros, ni a mi familia, que la seguían buscando, me trasladaron hasta la Comisaría 30 junto a mi cuñado Pablo. Y sinceramente, otra vez lejos de todo heroísmo, mi desesperación era tan grande que sólo les repetía en el patrullero: “Ya está, basta, si me van a matar, mátenme, pero mátenme ahora”. Yo no hice nada. O sí: luché, luché y voy a seguir luchando, para que nunca más ningún villero deba sufrir esta mierda. No tengo dudas que me pasa por pobre y me pasa por negro, pero también me pasa por no callarme la boca y por seguir abriendo La Garganta, para que nuestro grito retumbe por todos lados.

Porque sí, nos pueden encontrar muertos,
¡pero nunca nos van a encontrar callados!

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